«The University of Google»

Con la secundarización de la enseñanza superior es natural que surjan críticas y protestas, como las que se producen en otros niveles del sistema educativo (el Panfleto antipedagógico, por ejemplo). Así, este libro de Tara Brabazon constituye una denuncia implacable contra la degradación de la enseñanza universitaria. Es, también, un alegato apasionado a favor de una educación y una universidad de calidad, comprometidas con los estudiantes, con el conocimiento, con la justicia social y con la comprensión intercultural.

Tara Brabazon cree que la causa principal de los problemas reside en unas políticas educativas y universitarias equivocadas, lo que se manifiesta en aspectos como los siguientes:

  • Los estudiantes carecen de una critical literacy que les permita interpretar y contextualizar de manera inteligente, creativa y personal la avalancha de información. Sólo poseen habilidades de operational literacy para la codificación y decodificación tecnológicas, basadas a menudo en la replicación.
  • Triunfa una concepción empresarial de la universidad, en cuanto a sus procedimientos (industrialización, managerialism) y en cuanto a sus fines (mercados de la enseñanza, rentabilidad económica).
  • Los estudiantes son vistos como clientes, consumidores a los que seducir con comodidades y ofertas «a la carta» que destruyen la capacidad de intervención educativa en su favor, que requiere orden y rigor, reglas y límites.
  • La universidad se somete a las necesidades a corto plazo de los volátiles mercados de trabajo, que demandan mano de obra adaptable, con destrezas cambiantes (lifelong learning), y no tanto personas intelectualmente rigurosas y capaces.
  • La educación se reduce a destrezas, habilidades y competencias, se orienta al entrenamiento profesional y al reciclaje laboral en lugar de al conocimiento y a la formación integral.
  • La tecnología educativa se aplica con frivolidad, como un fin en sí misma, al margen de su validez o interés pedagógico reales. Es un factor de marketing y de gestión y un exponente de la ubicua avidez por los cambios (estén o no justificados racionalmente).
  • La universidad no sólo no suple los déficits intelectuales con que los alumnos llegan a ella, sino que no está comprometida como debería a favor de la igualdad social y la tolerancia ante la diversidad.

Tara Brabazon, no obstante, por su vehemencia, quizá encomienda demasiadas funciones al órgano cuya depauperación denuncia de forma tan incisiva. Por mi parte, se me ocurren estas reflexiones:

  • Se está extendiendo a la universidad la problemática general de la educación, y gran parte de las dificultades de aquélla se deben al resto del sistema educativo y a las tendencias de la sociedad en conjunto, más allá de las políticas concretas.
  • El poder de las TIC y los media, que favorecen el masivo contagio viral de contenidos, desborda la educación, anula su capacidad de intervención, mucho más parsimoniosa. Tampoco está claro que la pedagogía sea una tecnología sociocultural suficientemente fiable.
  • La universidad, como parte de la industrialización de los servicios, se configura ciertamente como una fuerza productiva más del nuevo modo de producción, contra lo que Tara Brabazon se rebela.

Una sociedad del conocimiento con una educación degradada, que no forma individuos creativos y críticos, representa una paradoja. A menos que lo que propagandísticamente se proclama como sociedad del conocimiento no sea sino una «inteligencia de enjambre» basada en la hipertrofia y aceleración informacional que provocan las TIC, donde unos pocos innovan y crean y la masa replica y copia sin pensar demasiado («Clicking replaces thinking», dice Brabazon).

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