«La ciencia y nosotros»

24 septiembre 2009

Mea culpa.

En la revista española El profesional de la información acaba de publicarse un texto del que soy responsable, «La ciencia y nosotros», que constituye una reflexión sobre la evolución de la ciencia y la información científica y sobre el papel actual/futuro que en ellas pueden tener los profesionales de la información. En dicho trabajo se recogen algunas ideas que a lo largo de los últimos meses o años he ido ensayando o construyendo en este blog. Pero, paradójicamente, he olvidado un aspecto importante que sí he tratado aquí y del que es buen testimonio el propio contenido del número de la revista donde se publica el texto.

El artículo en cuestión finaliza afirmando que la posición de los profesionales de la información en el panorama de la nueva comunicación científica es débil o incierto, a causa de la actual preponderancia de la mediación computacional en la formación de la inteligencia científica de la especie, en la ciencia industrializada. Pero que dichos profesionales tienen oportunidades: 1) reconvirtiéndose en ingenieros de la información, 2) participando o liderando plataformas informativas específicas de carácter científico donde su contribución sea relevante, y 3) compitiendo individualmente como mediadores documentales en el difícil mercado libre de la información científica.

Pues bien, hay una cuarta dimensión significativa, no explícitamente contenida en la tercera, que he omitido, lo que resulta tanto más imperdonable por cuanto he escrito de ella no sólo en este blog, sino en una nota de ThinkEPI publicada hace unos meses bajo el título «Bibliometría y Academia». Los profesionales de la información pueden tener un amplio campo de actuación en el análisis métrico de la información, una actividad muy relevante para el trabajo tecnocientífico. La métrica, la evaluación matemática de la ciencia, es un instrumento esencial para una gestión de la investigación orientada a la eficiencia y la rentabilidad, y por tanto para la correcta administración empresarial de la I+D, pública o privada, que se lleva a cabo en ese nuevo contexto de la ciencia al modo industrial.


Los nuevos replicadores

26 julio 2009

Daniel Dennett inserta en su obra Romper el hechizo: la religión como fenómeno natural un apéndice que constituye una reimpresión de un artículo suyo para la Encyclopedia of Evolution. Este apéndice se titula Los nuevos replicadores y es un breve estudio sobre los elementos o unidades de la transmisión cultural, bautizados y popularizados como memes por Richard Dawkins.

Según afirma Dennett, puede haber evolución no sólo en organismos vivos, sino en cualquier sustrato, siempre que exista: 1) replicación, 2) variación o mutación y 3) aptitud diferencial sometida a competencia en un ambiente selectivo. Replicadores o sustratos evolutivos son el ADN, los virus y priones, los virus informáticos y los memes: palabras y lenguajes, gestos y rituales, artefactos y conductas aprendidas, expresiones y creaciones culturales, etc.

Clasificar e individualizar los memes sería muy complicado. Y de hecho se trata de un concepto problemático y discutido. Pero Dennett argumenta que también los genes son difíciles de aislar y que igualmente nos podríamos preguntar en qué sentido se dice que las palabras existen. Genes y memes son ante todo información y no equivalen a los medios físicos que les permiten existir: cadenas de ADN por un lado o lenguaje, textos, diagramas, registros electrónicos, sonidos musicales, etc., por otro. Es cierto, no obstante, que sólo hay un código (A, C, G y T) y tipo de base física para los genes, frente a las múltiples maneras de codificar y grabar la cultura.

Para Dennet, la idea de los memes promete unificar bajo una sola perspectiva los múltiples fenómenos culturales. Cree que así como la genética poblacional no sustituye a la ecología, la teoría de los memes tampoco tiene por qué reemplazar a las ciencias sociales, pero puede inspirar preguntas y plantear modelos más consistentes en el estudio de la evolución cultural, sea o no ésta estrictamente darwiniana.

El conjunto del libro Romper el hechizo representa un ejemplo de ello: es una reconstrucción evolucionista, una «historia natural» de la religión, una prototeoría científica sobre los memes religiosos.

Del mismo modo, otro de los apéndices de la obra se asoma a una indagación similar sobre la ciencia: la funcionalidad adaptativa de la información científica, su desarrollo al estilo de algoritmos genéticos o evolutivos (replicación, variación y selección de memes), su vinculación a eventos de expansión de la reproducción informativa (escritura, etc.) Todo lo cual hace de la ciencia, también, un fenómeno natural.

En realidad, la comparación del progreso científico con la evolución por selección natural se remonta, por lo menos, que yo sepa, a Karl Popper. Lo que en éste era una metáfora, puede resultar ahora una pura descripción factual. Ya lo abordaba así en buena medida David Hull en su obra de 1988 Science as a process: an evolutionary account of the social and conceptual development of science.


Pedagogía y práctica científica

5 julio 2009

Pedagogy and the practice of science reclama para la educación o formación de los investigadores un papel primordial en la conformación de las prácticas, los valores y los contenidos de la ciencia: las formas de enseñanza científica condicionan cómo es la ciencia. Por tanto, la pedagogía debe tener también un puesto central entre los demás tipos de estudios sobre la ciencia (sociología, filosofía, antropología…) Ante lo que ha sido según los autores un tradicional olvido, la pedagogía es vital para el análisis de la naturaleza e historia del conocimiento científico..

Con el propósito de demostrarlo, la obra incluye un conjunto de once estudios de casos históricos, relacionados con la Fïsica, la Química y las Matemáticas de los siglos XIX y XX. Y termina con un capítulo que apela a Kuhn y a Foucault para justificar una epistemología y una historia pedagógicas de la ciencia y la tecnología, que destaque el poder conformador de la educación para generar los sujetos de conocimiento.

Según los autores, en la enseñanza de la ciencia se aprenden las prácticas y destrezas para la investigación, pero también las normas, valores y pautas… Se aprende a ser un científico, se adquieren unos roles determinados, se realiza la socialización generacional dentro de una profesión. Los compromisos y capacidades de las comunidades científicas son así estructurados en los procesos educativos…

No cabe duda que los autores de Pedagogy and the practice of science pueden tener razón en que la educación de los científicos es una importante fuerza modeladora de la ciencia de cada época, lo que les acredita para reclamar un lugar al sol para la pedagogía entre los demás estudios sociales de la ciencia.

Pero no está tan clara la transcendencia de todo ello, más allá de subrayar la construcción comunitaria de la ciencia. En los relatos históricos y sociales siempre se pueden encontrar más causas y concausas de lo que sucede, y con el dinámico fluir de los acontecimientos no resulta extraño. Pero nunca hay certeza de si la prioridad es del huevo o de la gallina. Porque, con seguridad, las formas en que se ha enseñado la ciencia a lo largo del tiempo también han dependido de cómo era la práctica científica en cada momento.

(La raíz común de todo, desde las partículas físicas a la computación artificial, pasando por la historia natural o social, la educación o la ciencia, es la información; el sujeto es la información, y se estudia desde la ciencia natural).


El empuje de la vida

23 febrero 2009

Aubrey de Grey es al parecer un famoso y polémico biólogo experto en envejecimiento, convencido de que es técnicamente factible prolongar la vida humana de manera casi indefinida. No se sabe cuánto de visionario o iluminado puede haber en sus controvertidas propuestas. Pero no es esto lo que me interesa, sino el tono y respuestas de una breve entrevista que le hicieron en el diario Público el 18 de febrero pasado, en una visita a España.

Ante las reservas expresadas por el entrevistador («Sus teorías generan mucha polémica en la comunidad científica»), de Grey le aclara decidido: «No es una teoría, es pura ingeniería». La conversación termina con estas preguntas y respuestas:

P: Si nuestra especie deja de envejecer y, por tanto, deja de morir… ¿habrá sitio en el planeta para tanta gente?
R: Esa es una preocupación razonable. Sin embargo, esa posibilidad no es una razón suficiente para abandonar esta investigación. Hace 150 años descubrimos que la higiene podía salvar a muchísimos recién nacidos. Uno de cada tres niños moría en el primer año.
P: ¿Significa eso que tendrían que haber mantenido la falta de higiene para que no sobrevivieran tantos bebés?
R: Ahora tenemos que plantearnos lo mismo y optar por salvar vidas.

La actitud del científico, ingeniero o, por ser más exacto, del aspirante a emprendedor de la prolongación vital, es digna de análisis, más allá, como digo, de la sensatez o rigor de sus ideas concretas:

  • La explotación de un conocimiento o tecnología no se evalúa en relación a contextos amplios de conocimientos o valores. Ahora tendríamos que hacer como si ignorásemos algo cuya gravedad se desconocía hace 150 años (la escasez de recursos por la superpoblación), para juzgar aisladamente como un bien la prolongación individual de cada existencia humana.
  • Para de Grey, incluso aunque pueda admitirse una preocupación «razonable» por problemas de más amplio alcance o a más largo plazo, ello no basta para suspender una investigación, si, por ejemplo, se puede argumentar que hay beneficios concretos e inmediatos («salvar vidas» lo llama).
  • La perspectiva de su investigación no es la de abordar un problema existente y reconocido como tal. Al principio de la entrevista de Grey intenta justificar que la medicina luche contra el envejecimiento, pero es obvio que convertirlo en enfermedad o problema es sobre todo un asunto de innovación industrial, que busca crear necesidades, productos, mercados y clientes.
  • En términos muy generales, la conversación trasluce el imparable empuje de la vida como palanca de la investigación y del conocimiento, bien que lo veamos bajo la forma de instintos biológicos de supervivencia, bien bajo la de intereses económicos de la industria (el negocio de la supervivencia). 

Este del elixir de la eterna juventud es en conjunto un buen ejemplo, siquiera hipotético, de las dificultades que habría para limitar la investigación, la expansión del conocimiento, apelando a fines, valores o intereses muy abstractos o generales.


El piquituerto metafísico

15 enero 2009

En su célebre obra divulgativa sobre la evolución y la investigación evolucionista El pico del pinzón (*), Jonathan Weiner pone el hermoso título de El piquituerto metafísico al capítulo que dedica en concreto a la especie humana.

En él Weiner afirma que igual que el pájaro en cuestión encontró en su singular pico retorcido la adaptación que le ofreció la oportunidad de propagarse con contundente éxito, la expansión cerebral ha sido la principal y más reciente herramienta de los homosapiens para prosperar. El cerebro les ha permitido aprender y enseñar, ha facilitado que la información se codifique, acumule y transmita, generando una evolución cultural intensa y otorgando a esta especie una capacidad adaptativa tan vigorosa y versátil que la ha llevado incluso a transformar radicalmente el propio medio. La ciencia es parte de esa adaptabilidad biológica, explica Weiner (p. 453):

Como ha escrito el evolucionista Ernst Mayr, nos hemos «especializado en la desespecialización». (…) … hemos desarrollado una extraordinaria capacidad de aprender, de modo que, como especie, colectivamente, podemos aprovecharnos de esa variedad de nichos, y seguimos encontrando más y más oficios. Ocupamos más nichos ecológicos y alimenticios que cualquier otro animal.

Ello es lo que nos permite proseguir con ese épico juego del aprendizaje que llamamos ciencia. La ciencia formaliza nuestra especial clase de memoria colectiva, o la memoria de la especie, en la que cada generación edifica sobre lo que aprendieron los que la precedieron, siguiendo los pasos del otro. Cada generación valora lo que puede aprender de la anterior, y también valora los descubrimientos que transmititirá a la siguiente, para de ese modo poder ver cada vez más lejos, escalando una montaña infinita. 

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(*)  Weiner, Jonathan. El pico del pinzón: una historia de la evolución en nuestros días. Barcelona: Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, 2002.


«El carnaval de la tecnociencia»

17 diciembre 2008
  • Lafuente, Antonio. 2007. El carnaval de la tecnociencia: Diario de una navegación entre las nuevas tecnologías y los nuevos patrimonios. Madrid: Gadir.

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Hace ya mucho tiempo, escribí una entrada sobre Tecnocidanos, el blog de Antonio Lafuente. El carnaval de la tecnociencia es un libro suyo que recoge parte de los contenidos del blog. Lo que entonces decía, expresado de una u otra manera, lo sigo pensando en buena medida ahora del libro.

Los textos de Antonio Lafuente son tremendamente interesantes, sugerentes e instructivos. Maneja y transmite miles de claves y referencias sobre autores, textos, noticias y datos… Ofrece una visión perspicaz de la ciencia, la cultura y la tecnología contemporáneas, reuniendo bajo un enfoque poliédrico diversos movimientos, tendencias y factores del presente. Su obra es comprometida y provocadora: expone sus ideas con entusiasmo contagioso (casi yo diría: del que uno envidiaría sentirse contagiado).

Con vehemencia militante, el blog y el libro defienden el procomún, la economía del don, lo abierto (open source, open access, etc.), la cultura hacker, la participación social en la ciencia, el saber profano, las nuevas formas de ciudadanía y autoridad… y combaten la privatización del conocimiento, la ciencia como negocio, las perversiones de la tecnociencia …

Lafuente tiene razón y comparto sus posturas de buena gana muchas veces. Pero el optimismo utópico o antropológico con que piensa que los homosapiens pueden valerse de la tecnología para hacer un mundo mejor, me pone algo nervioso (a lo peor es eso, envidia). Esa confianza en el poder emancipador de la tecnología rectamente encauzada por conciencias ilustradas/iluminadas…

Ahora, en todo caso, El carnaval de la tecnociencia es un libro (como Tecnocidanos un blog) que debe ser leído. Incluso por parte de los descreídos, por lo mucho que se puede aprender en él.

Una reseña importante de la obra en cuestión es de Javier Echeverría: Tecnociencia contemporánea: del conocimiento científico como bien común.


ResearchGATE, red científica

13 diciembre 2008

No está claro si ResearchGATE es una red social 2.0 o si incluso ha traspasado ya los confines del mundo 3.0, como en algunos sitios se anuncia. Tal vez se encuentre en una zona 2,5.0, si ello es admisible.

El caso es que es algo nuevo, reciente, un lugar de internet pensado para que los científicos se inscriban y se relacionen, al estilo de otras comunidades virtuales, pero con fines en este caso académicos: intercambiar conocimientos, entrar en contacto con otros muchos investigadores, participar en foros y grupos, reunir, compartir y conectar información científica, etc. Y además tiene capacidad de «búsqueda semántica», que es lo más hoy en día.

El usuario debe registrarse, rellenar su perfil personal con la mayor cantidad de datos posible, su curriculum, publicaciones propias, intereses científicos, bibliografía preferida, etc. A partir de aquí puede usar las herramientas de ResearchGATE y sus prestaciones de interconexión semántica de información, basadas en el perfil personal, que relacionan sus datos con los de otros investigadores, grupos o publicaciones. También se pueden realizar rastreos bibliográficos, que se ejecutan como metabúsquedas contra PubMed, CiteSeer, IEEE Xplore, arXiv, RePEc, NTRS, etc.

ResearchGATE no presta servicios de valor añadido cruciales, que se adapten a las necesidades y flujos de trabajo científico especializado, es sólo una herramienta de interacción social entre investigadores. No sé si puede llegar a ser algo eficaz y seriamente útil para la investigación, sin embargo está demostrando una cierta capacidad de penetración publicitaria y de crecimiento en su mercado, a los pocos meses de su lanzamiento. Pero toda su fuerza deriva de su función como plataforma de relación social para científicos. Y tampoco es la única, ni mucho menos: ahí están otras redes semejantes, como SciLink, SciBook, Nature Network, LabSpaces, etc. 

Es curioso, porque, dado que la actividad científica es esencialmente grupal, intrínsecamente societaria, cabe preguntarse por qué los investigadores, en lugar de conocerse y relacionarse a través de sus propias instituciones, asociaciones, reuniones, mecanismos y grupos organizados (físicos o virtuales), acuden ¿además? a un mediador tecnológico neutral como ResearchGATE u otras redes sociales, entidades para-académicas, extra-académicas, que surgen por similitud con Facebook, MySpace, Linkedin y demás familia.

ResearchGATE y otros servicios parecidos no creo que se dirijan a investigadores desarraigados,  pero probablemente deberán gran parte de su éxito a reclutar muchos usuarios entre quienes han crecido usando otras redes sociales y encuentran (más) fácil entablar relaciones de este modo, porque son científicos nativos digitales. Estos servicios aparecen como una nueva forma de sociabilidad científica creada por el propio poder de la tecnología.

Por otra parte, la virtud de ResearchGATE y sus compañeras ¿reside en que extienden las capacidades de relación más allá de las fronteras de los grupos naturales y tradicionales o en que descomponen y desestructuran éstos? ¿Quiebran autoridad, jerarquía y endogamia? En el futuro, ¿va a haber comunidades científicas technology driven, estrictamente germinadas y nutridas desde la web social, fuera de las tradiciones y organizaciones académicas? Sin duda, ello tendría consecuencias.

Las redes sociales de científicos tal vez muestran una incipiente nueva frontera para la sociología de la ciencia y por tanto para la (re)producción del conocimiento, como un género más dentro de la exuberante proliferación de variedades informacionales debida a la fecundidad de las TIC.

P.S. 02-07-09: Sobre este tema he escrito también en ThinkEPI esto: Academia y ciencia colectiva.


Límites de la investigación

22 noviembre 2008

Leyendo algunas noticias o atendiendo a debates recientes sobre la ética de la investigación científica o el desarrollo tecnológico, sobre lo que se debe y no se debe hacer, vuelvo a recordar la naturaleza inexorablemente prometeica (o frankensteiniana) de los homosapiens, de la que escribía hace tiempo.

En realidad las noticias y debates son constantes: el uso de materiales y dispositivos nanotecnológicos, el desarrollo y cultivo de plantas y organismos modificados genéticamente, la investigación con células madre, la producción selectiva de embriones o criaturas de nuestra especie con fines terapéuticos o de otro tipo, etc. Aunque tan diferentes, todos son casos que despiertan enconadas discusiones sobre la conveniencia social y los límites morales, políticos, etc. del conocimiento y la técnica… Feas palabras: límites, prohibiciones, censuras… que suenan mal a los oídos contemporáneos.

En caso de que se quisiera, creo que sería difícil, a largo plazo, poner restricciones eficaces a la investigación y al desarrollo de la tecnología. Constitutivamente, los sistemas neuronales de los homosapiens, y mucho más ahora con el complemento de la computación artificial (masiva, reticular y ubicua) son un medio en el que la información y el conocimiento evolucionan y se propagan de forma enérgica. Si esta característica natural se refuerza porque existen incentivos o catalizadores como el lucro, el bienestar, la seguridad o la supervivencia inmediatas, entonces la investigación, la depuración de la información, es probable que avance con fuerza, por muchas cortapisas que se introduzcan. Otra cosa es que los mercados no demanden determinadas novedades. (O que, a sabiendas de todo esto, se juzgue necesario, a pesar de todo, intentar las restricciones, en alguna medida).

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La pasión de la curiosidad hasta el extremo no sólo está representada en el mito griego de Prometeo o en la creación romántica del Doctor Frankenstein de Shelley. También, por supuesto, figura en el mito judeocristiano del Árbol de la ciencia del bien y del mal.

Este árbol tenía el único fruto prohibido del Paraíso, pero estoy convencido de que Dios sabía perfectamente que el hombre y la mujer acabarían comiendo justo de él, asegurándose en consecuencia a la larga una vida esforzada y penosa: que estaban destinados a esa elección.


Proceedings Citation Indexes

21 octubre 2008

En la esforzada pugna que mantiene con Scopus, de Elsevier, y también con Google Scholar, la plataforma de bases de datos científicas ISI Web of Knowledge, de Thomson Reuters, acaba de realizar un importante avance al fortalecer el potencial de su Web of Science con los nuevos Conference Proceedings Citation Indexes: ha transformado sus dos bases de datos tradicionales ISI Proceedings en índices de citas, al estilo del Science Citation Index, creando:

  • Conference Proceedings Citation Index, Science
  • Conference Proceedings Citation Index, Social Sciences & Humanities,

y ha incorporado ambos recursos, con el resto de los Citation indexes, al conjunto Web of Science, que se consulta en el ISI Web of Knowledge.

El cambio es significativo:

  • Mejora la integración o cohesión de la plataforma de bases de datos, uno de sus puntos débiles, al reducirse el número de ficheros o lugares donde buscar, sin merma de funcionalidad (como sucede en la búsqueda transversal de «All databases»).
  • Se posibilita ahora la recuperación y análisis de citas basados en el tratamiento correspondiente de la literatura de congresos y conferencias, tan relevante en algunos sectores de conocimiento muy dinámicos y profesionales.
  • Se incorpora al Web of Science mucha documentación aplicada, se deshace la disociación entre la investigación pura y la tecnológica, rompiéndose con una trayectoria del Science Citation Index de especialización en la ciencia-ciencia.
  • El Web of Science pasa a reunir referencias de revistas científicas junto con literatura de congresos, seminarios y simposios, el artículo de revista pierde algo de su hegemonía y se atiende a información científicotécnica menos consolidada o madura.
  • Con todo ello aumenta el volumen del recurso y su capacidad para atender a distintos sectores del conocimiento, permitiéndole competir mejor con la enorme cobertura e integración que ofrecen al usuario Scopus y Google Scholar.

De hecho, este movimiento realizado por Thomson Reuters en el ISI Web of Knowledge (como el de acoger centenares de revistas regionales) revela que se siente touché y que está dispuesto en parte a sacrificar la pureza originaria (basada en un fuerte espíritu de selección y de concentración en la ciencia pura, publicada en revistas en inglés…), a cambio de mantener su propio impacto.


«The claims of Google Scholar»

21 septiembre 2008

En este artículo Bruce White opina que, desde su aparición en 2004, Google Scholar ha causado entre los profesionales de la información y las bibliotecas un gran revuelo, pero que, en general, se han mostrado críticos: según ellos no es una fuente de información científica seria y valiosa; por su deficiente funcionamiento, no se puede comparar con bases de datos como Web of Science, PubMed, SciFinder, etc.

Gran parte del revuelo suscitado entre dichos profesionales, se debe, según White, al miedo de que, a pesar de todo, los usuarios finales (científicos, estudiantes, etc.) acaben enganchados a Google Scholar, abandonando las fuentes de calidad. Se teme que sean víctimas de la adición a lo fácil, cómodo y rápido, a costa del rigor y la excelencia.

El autor del artículo, por el contrario, no cree que los usuarios acaten esa ley del mínimo esfuerzo de forma inexorable. Y piensa además que hay aspectos en que Google Scholar puede ser útil como una fuente de información científica seria y formal, ilustrándolo con diversos ejemplos y comparaciones. Las virtudes fundamentales del buscador, según White, serían en resumen las siguientes:

  • Busca por texto completo en lugar de mediante referencias o abstracts
  • Recupera documentos escondidos en sitios recónditos de la Red
  • La cobertura de contenidos es sumamente extensa
  • Coloca los resultados más relevantes los primeros
  • Reúne documentos de repositorios digitales junto a los arbitrados 
  • Rastrea muy eficazmente las citas de los artículos

B. White también reconoce limitaciones en el buscador: la pobreza del sistema de recuperación, las inconsistencias en los resultados, la precariedad de la ordenación por fechas, la falta de metadatos fiables, etc. Explica y excusa estas deficiencias porque Google Scholar opera rastreando y amalgamando una gran cantidad de fuentes primarias y secundarias, estructural y tipológicamente muy heterogéneas.

Bruce White ofrece una visión sensata de Google Scholar, pero más centrada en la parte medio llena de la botella. Supongo que muchos de los críticos que han estudiado la parte medio vacía tampoco han dicho en realidad que Google Scholar no sirva para nada a los científicos o a los profesionales de la información. ¿Cómo lo veo yo?

Es cierto que Google Scholar barre una enorme extensión de la Red, recogiendo toda clase de cosas procedentes de muchos rincones (aunque se deje algunos). Encontrar más resultados, sin embargo, no es siempre la meta, a veces se buscan mejores, seleccionados. Buscar por texto completo puede ser muy útil en ocasiones, pero tampoco siempre, y carecer de la capacidad para discriminar estructuras o relevancias textuales (resúmenes, descriptores, referencias, etc.) no se ve que pueda ser ventajoso. Sabemos que el Scholar es un motor de búsqueda, no una base de datos, y que aporta un enfoque complementario a la recuperación de información, pero ha de justificarse por sus resultados. Y en cuanto a los resultados… los jerarquiza de forma unívoca, imponiendo su patrón de relevancia…

El Scholar es una herramienta imprecisa, pero poderosa, que abarca mucho y se usa con facilidad. Como su padre, el gran Google, automatiza, simplifica el penoso trabajo de pensar dónde acudir y cómo buscar y reunir la información, sustituyéndolo por el de rellenar casilleros triviales y recorrer pantallas previamente organizadas, y liberando la mente para otras tareas… Tiene el poder de la simplificación, frente a la dispersión, complejidad, dificultad, etc. Su gran virtud no radica en ninguna clase de calidad sino en su potencia para mediar de manera simple en el tráfico de información científica.

Tal vez, cuando la situación de la comunicación científica sea aún más confusa e intrincada que ahora, con volúmenes todavía mayores de datos y documentos, o si flaquean sus asentados competidores, las bases de datos, Google Scholar consiga con su poder de simplificación hacerse con un cierto monopolio, en virtud de la ley del mínimo esfuerzo, que es casi tan inapelable como las de la Termodinámica (si es que no se reduce a ellas). Por ahora, el Scholar es útil como complemento de las bases de datos científicas («a valuable supplement», dice el propio Bruce White).


«Los indicadores bibliométricos»

16 septiembre 2008

Los indicadores bibliométricos se publicó en 2003 recogiendo el texto de una tesis doctoral de 1996. Todo ello, el paso del tiempo, su carácter de tesis, se nota bastante, y el propio autor lo advierte en una nota preliminar. Lo esencial de la investigación y la comunicación científica no ha cambiado mucho desde mediados de los años 90, pero sus canales y formatos, las fuentes para su estudio cuantitativo y los propios indicadores métricos han experimentado grandes desarrollos y alteraciones…

De la obra de Maltrás me parece muy interesante su planteamiento, su intención, su propósito de «encontrar un fundamento teórico general sobre el que apoyar la interpretación, definición y uso de los indicadores bibliométricos» (como dice en el resumen de su tesis doctoral). Se necesita, en efecto, anclar la métrica en un estudio y análisis riguroso de la actividad científica (quizá más sociológico), para legitimar públicamente la validez de los análisis cuantitativos y no caer en un medicionismo alocado, frívolo y ad hoc (que es lo que parece a veces que sucede).

Me ha interesado también gran parte de la conceptualización de la obra. El reconocimiento entre investigadores aparece como «el impulsor y modelador básico de la publicación científica oficial». El resultado científico, «lo que se obtiene mediante un ejercicio riguroso de la actividad científica y que se puede percibir como nuevo y relevante para la ciencia…», cristaliza en la publicación formal o documento científico, «unidad mínima de novedad y relevancia científica». Así, la producción científica es la suma o agregación de esas unidades, con independencia de cuál sea su contribución al conocimiento, esto es, de su valor o calidad.

Maltrás estudia tres tipos de indicadores bibliométricos:

  • De producción: dirigidos al recuento de la cantidad de resultados, que se plasman en documentos científicos.
  • De calidad: intentan medir y comparar la valoración de las comunidades científicas sobre la contribución al conocimiento de determinados documentos, etc., a través de mediciones basadas en última instancia en citas, sobre todo con el factor de impacto.
  • De colaboración: analizan las relaciones entre los agentes científicos productores de resultados.

Galileo no fue el primero

25 agosto 2008

Entre las supersticiones que acompañan a la ciencia, de las que no consigue desembarazarse, está el mito sobre sus orígenes: un mito creacionista, según el cual el Espíritu humano (o alguna encarnación suya) creó de la nada la Ciencia en el Renacimiento, algo sin precedentes, nunca visto.

Como en una antigua cosmogonía, este mito cuenta cómo hubo un Primer Hombre que descubrió el infalible Método Científico, instaurando en medio de las tinieblas el Reino de la Claridad, y pasó la luz sagrada a sus sucesores. El Primer Hombre generalmente es Galileo, aunque en otras versiones del mito puede ser Copérnico o incluso Newton. O tal vez es un colectivo de Pioneros el que inauguró para siempre el camino seguro a la Verdad, del que los seguidores ya nunca se apartaron. De épocas anteriores al santo advenimiento se salvan como mucho Euclides, Arquímedes y algún otro, en calidad sólo de admirables Precursores. Queda todo lo demás señalado como «especulación filosófica» o con similares etiquetas.

Toda profesión o grupo humano tiene sus héroes. Un poco de mitomanía es normal y hasta sano para la moral colectiva. Honrar a los santos patrones es una buena costumbre de gremios agradecidos, y Galileo lo merece. Pero otra cosa es creer un conjunto de leyendas que constituyen una visión anticientífica sobre la propia ciencia.

Sin embargo, es frecuente entre divulgadores y propagandistas de la ciencia, incluso autores serios y reputados, y por supuesto entre muchos científicos de a pie y de a caballo, confiar más o menos en estos mitos. Cultivadas personas que no creerían en el influjo de los dioses sobre las leyes naturales, o en los malos espíritus que se apoderan del cuerpo mórbido, se imaginan que una singularidad espiritual aconteció el el XVI, o en el XVII, por generación espontánea.

Una visión racional de la ciencia debería reconocer que ésta forma parte del patrimonio informacional transmitido culturalmente, no heredado en los genes, con que los individuos de la especie Homo sapiens se enfrentan y responden al medio. Como parte de ese patrimonio, la ciencia es difícil de segregar del conjunto; desde que ha habido homosapiens han existido representaciones del mundo cada vez más atinadas y fiables.

Es difícil, por tanto, establecer un origen temporal o una demarcación lógica de la ciencia, aunque sea razonable identificar como tal a aquel segmento del patrimonio informacional de los homosapiens que describe la realidad y lo hace de manera más precisa, rigurosa, eficiente, progresiva, crítica y objetiva. O sea, al sector de información culturalmente transmitida que representa el mundo y que más se ha depurado, decantado y perfeccionado lo llamamos ciencia.

La información científica en los homosapiens ha progresado a través de muchos cerebros, algunos excepcionales sin duda, y a lo largo de todas las épocas y sociedades, aunque en ciertas ocasiones de forma extraordinaria, desde luego. Pero se ha desarrollado continuamente, coincidiendo los mayores saltos con los grandes avances en materia de técnicas de registro y transmisión de la información, como es natural (la imprenta, la escritura fonética, las grandes bibliotecas, etc.)